Horacio Tignanelli
Nací y crecí en Boedo, uno de los barrios más taciturnos de Buenos Aires. Durante mucho tiempo mantuve encendido el fuego de una fragua, porque mi papá era herrero y me fascinaba verlo forjar en su yunque. En la misma ciudad transité un Jardín de Infantes con guardapolvo, luego las escuelas primaria y secundaria, sin repetir y sin soplar. Luego, aprendí periodismo en el Círculo de la Prensa (en el centro porteño, cerquita del Congreso Nacional), astronomía en la Facultad de Ciencias Astronómicas y Geofísicas (UNLP, en el bosque de La Plata) y teatro de títeres por todo el país, a través del aporte y la generosidad de grandes maestros del género.Además de ejercer dichas profesiones en sus ámbitos específicos, una lenta amalgama de esos estudios permitió que orientara mi trabajo a la transmisión de saberes culturales con focos en el arte y en las ciencias (en particular, en el teatro de títeres y la astronomía). De esa manera, con total convicción y algo de osadía, me transformé en un popularizador de las ciencias a través de metodologías no formales, utilizando estrategias propias de la educación por el arte.Entonces pude hacer programas de radio y televisión, montar y manejar planetarios, realizar instalaciones científicas, diseñar y construir parques temáticos de astronomía, participar de exhibiciones de ciencia y arte, montar y representar espectáculos en teatros y en diversos tipos de espacios, siempre para público de todas las edades (aunque confieso que, con mayor frecuencia, encaucé mis producciones hacia las infancias).También escribí un poco de todo lo aprendido con los años, durante mi derrotero: artículos de
ciencia y de arte, libros para docentes y libros para estudiantes, notas en revistas y periódicos,
algunos cuentos y abundantes obras de teatro de títeres.Actualmente vivo en Buenos Aires, pero con las valijas hechas, ya que múltiples aspectos de mis
actividades se desarrollan en otras localidades de Argentina y del extranjero.Por último, vale destacar que el único antecesor que reconozco es el también astrónomo y titiritero Fábulo Vega (descripto por Daniel Moyano en Tres golpes de timbal) con quien me unen dos sensaciones: la certeza de que los girasoles son relojes generadores de tiempo y la necesidad imperiosa de conservar la memoria popular.
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